Carlos izquierda y Yamil a la derecha mientras recogian de la basura sus instrumentos de musica. |
En medio de una
loma de desperdicios y mal olor me encontré a tres niños,
Yamil,
Carlos y Andrés cuando
pasaba
por los edificios
12
plantas de Loma y Tulipán, Nuevo Vedado. Estos niños no pasan de
los 10 años, por lo que me llamó poderosamente la atención que
estuvieran recogiendo pomos, latas, cajas, botellas entre otros
objetos en el basurero ubicado detrás del edificio que divide los
edificios del barrio llamado La Dionisia.
Carlos, Yamil y Andres tocando la musica en las calles de la Dionisia. |
Cuando
les pregunté por qué recogían esos objetos en el basurero, me
respondieron que eran sus instrumentos para tocar música. Ellos no
cursan escuela de música alguna, de hecho han sido bendecidos con
oídos musicales y según ellos tocan la música que suena en sus
mentes, pero lo más impresionante no es eso, si no, que lo hacen con
una coordinación tal, que parecen salidos del más renombrado de los
conservatorios.
Yamil
el más chico cursa el tercer grado de primaria, Carlos y Andrés el
quinto de primaria, salen de su escuela y se ponen en función de
buscar sus instrumentos musicales, hay personas que les molesta
cuando tocan mandándolos a que lo hagan en otro lugar, y otros botan
sus instrumentos, por eso tienen que buscarlos nuevamente en el
basurero, aunque ellos esconden muchas veces sus instrumentos para
que no se los boten.
Julia
una mulata jacarandosa de 58 años me dice que ella tiene hecho
Yemaya Santo de la religión Yoruba Virgen de Regla en el sincretismo
afrocubano, que bota a los muchachos en ocasiones porque su toque
activa sus muertos de forma tal, que la hacen bailar sin descanso, y
ella no puede hacer eso todos los días debido a su edad y déficit
alimenticio me dice.
Así
son de variadas las excusas o pretextos de los vecinos de la
Dionisia, pero en realidad a muchos les resultan graciosos sobre todo
la anécdota de Jorge un vendedor ambulante, que en una ocasión
vendía unas fresas naturales a 1 cuc el pote de helado de 450 ML,
los muchachos le pidieron que les regalara unas fresas, pero él no
se las dio, no podía perder un centavo de su negocio la cosa está
muy mala me dice Jorge, pero debido a la chispa que caracteriza a
estos infantes que iban detrás de él tocando con las latas y
botellas le gritaban ¡Estafador danos una fresita! Sobre todo cuando
algún cliente se disponía a comprar sus fresas, hasta que por
cansancio les dio unas cuantas y lo dejaron tranquilo, que chiquillos
tan avispados me decía Jorge sin dejar de reírse a mandíbula
batiente.
Así
es la vida diaria de estos niños así se divierten y sobreviven, a
mí me molesta el tacataca ese sin descanso me dice Miguelina de 69
años, pero pienso también, que es preferible aguantar la bulla a
que estén robando y acabando por ahí, como está parte de la
juventud hoy en día, terminó diciéndome.
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